Continuación...
Los primeros pasos se dieron en 1865. El lavado y secado de la lana era totalmente artesanal y se hacía a orillas
del río Bellavista; luego se colocaba en el zarzal existente en la ladera del cerro para secarla; labor ejecutada sobre todo por mujeres y niños. En los altos del antiguo Molino Bellavista se hacían los tejidos y se fabricaban las telas y en la parte inferior se hacían los hilados. Ya en 1872, según consigna el Anuario Estadístico, la población de Bellavista ostentaba “una gran fábrica de paños”, movida por una turbina de 50 caballos, con 24 telares, 5 máquinas para hilar y otras tantas para cardar y 155 operarios, incluyendo 25 técnicos especialistas provenientes de Estados Unidos.
Se producían unos 1200 metros de paños finos y otros de uso común, franelas, colchas y mantas, con materias primas nacionales y lanas argentinas. En esta época, más de un 60% de los operarios eran mujeres, las que ganaban sueldos inferiores a los hombres. El trabajo infantil era común, como en toda la industria chilena de la época.
A Guillermo G. Délano le sucede Augusto Kaiser, en la propiedad de la empresa, a partir de 1879. En esos años se produce la Guerra del Pacífico, grave conflicto que estimula, sin embargo, la industria textil, al transformarse la fábrica Bellavista en proveedora de géneros para el Ejército. Una sociedad financiada por Délano abrió una tienda en la calle Ahumada de Santiago, que se dedicaba a la venta de los “casimires, paños y otras telas de la fábrica Bellavista”. En Tomé, a partir de octubre de 1893, anunciaba la empresa en la prensa, los productos se vendían al menudeo en la misma fábrica, por lo cual daban sus “parabienes a los pobres, porque así tendrán ocasión de comprar bueno y barato”.
Hacia fines de siglo se incorpora Santiago Bozzo y luego otro italiano, Carlos Fazzini. Este fue responsable de una obra notable: un canal de tres kilómetros para la provisión de energía eléctrica, orillando el cerro hasta la fábrica, con dimensiones que permitían proporcionar agua a la población. Así, la empresa inicia un ciclo de progreso, que se refleja en la construcción de un muelle y la incorporación de lanchas y vapores para el tránsito a Talcahuano. Bozzo hizo frecuentes viajes a Europa, trayendo técnicos y la mejor tecnología disponible. Una reseña en el Boletín de la Sofofa llegó a afirmar: “De 14 fábricas análogas que existen en Buenos Aires, ninguna iguala a la de Tomé, y en cuanto a las de Perú y de otros puntos, son muy inferiores”. El artículo concluye pidiendo protección para la empresa al Gobierno y el Congreso.